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Asesinatos en Guantánamo: Scott Horton de Harper's expone la verdad sobre los "suicidios" de 2006

18 de enero de 2010
Andy Worthington

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 16 de septiembre de 2023


Es difícil saber por dónde empezar con esta historia profundamente importante de Scott Horton, para la Harper's Magazine del próximo mes (disponible en la web aquí), pero probemos con esto: Los tres "suicidios" ocurridos en Guantánamo en junio de 2006 no fueron suicidios en absoluto. Los hombres en cuestión fueron asesinados durante interrogatorios en un bloque secreto de Guantánamo, llevados a cabo por una agencia desconocida, y los asesinatos fueron disfrazados para que parecieran suicidios. Todo el mundo en Guantánamo lo sabía. Todos lo encubrieron. Todo el mundo sigue encubriéndolo.

Establecimiento de un caso de asesinato - y la revelación de una prisión secreta en Guantánamo

La clave para descubrir el asesinato de los tres hombres -Salah Ahmed al-Salami, yemení de 37 años, Mani Shaman al-Utaybi, saudí de 30 años, y Yasser Talal al-Zahrani (foto de abajo), saudita de 22 años que sólo tenía 17 cuando fue capturado- es el sargento Joe Hickman, ex marine que volvió a alistarse en la Guardia Nacional del Ejército tras los atentados del 11-S y fue enviado a Guantánamo en marzo de 2006 con su amigo, el especialista Tony Davila. A su llegada, a Davila le informaron de la existencia de "un recinto sin nombre y oficialmente no reconocido", fuera de la valla perimetral de la prisión principal, y le explicaron que una de las teorías al respecto era que "estaba siendo utilizado por parte del personal gubernamental no uniformado que aparecía con frecuencia en los campos y que, según la opinión generalizada, eran agentes de la CIA."


Hickman y Dávila quedaron fascinados por el complejo -conocido por los soldados como "Campamento No" (como en "No, no existe")- y Hickman estaba de servicio en una torre del perímetro de la prisión la noche en que murieron los tres hombres, cuando se dio cuenta de que "una furgoneta blanca, apodada 'paddy wagon (vagón de arroz), que los guardias de la Marina utilizaban para transportar a los prisioneros fuertemente esposados, de uno en uno, dentro y fuera de Camp Delta, [que] no tenía ventanas traseras y contenía una jaula para perros lo suficientemente grande como para albergar a un solo prisionero", había llamado tres veces al Campo 1, donde estaban recluidos los hombres, y luego los había llevado al "Campo No." Los tres estaban en el "Campo No" a las 8 de la tarde.

A las 11.30, la furgoneta regresó, al parecer dejando algo en la clínica, y en media hora toda la prisión "se iluminó". Como explica Horton:

    Hickman se dirigió a la clínica, que parecía ser el centro de actividad, para conocer el motivo de la conmoción. Preguntó a una angustiada enfermera qué había ocurrido. Le dijo que habían llevado a la clínica a tres prisioneros muertos. Hickman recordó que le dijo que habían muerto porque les habían metido trapos por la garganta y que uno de ellos estaba muy magullado. Dávila me dijo que había hablado con guardias de la Marina que le habían dicho que los hombres habían muerto porque les habían metido trapos en la garganta.

Como también explica Horton:

    La presencia de un sitio negro en Guantánamo ha sido durante mucho tiempo objeto de especulación entre abogados y activistas de derechos humanos, y la experiencia del sargento Hickman y otros guardias de Guantánamo nos obliga a preguntarnos si los tres prisioneros que murieron el 9 de junio estaban siendo interrogados por la CIA, y si sus muertes se debieron a las duras técnicas que el Departamento de Justicia había aprobado para el uso de la agencia - o de otras torturas que carecían de esa sanción.

    Para complicar estas cuestiones está el hecho de que Camp No podría haber estado controlado por otra autoridad, el Mando Conjunto de Operaciones Especiales, que el secretario de Defensa de Bush, Donald Rumsfeld, esperaba transformar en una versión de la CIA en el Pentágono. Bajo la dirección de Rumsfeld, el JSOC empezó a hacerse cargo de muchas tareas tradicionalmente realizadas por la CIA, como el alojamiento y el interrogatorio de prisioneros en lugares negros de todo el mundo.

La construcción de la narrativa del "suicidio", y el encubrimiento generalizado

Esto ya es bastante inquietante, por supuesto, y debería dar lugar a enérgicas peticiones de una investigación independiente, pero el problema puede ser que casi todas las ramas del gobierno parecen estar implicadas en el encubrimiento que siguió a las muertes.

Tal y como Horton lo describe, pronto se estableció una versión oficial del "suicidio", ampliamente aceptada por los medios de comunicación, aunque no por los antiguos prisioneros ni por las familias de los fallecidos. Con extraordinario cinismo, el contralmirante Harry Harris, comandante de Guantánamo, no sólo declaró que las muertes habían sido "suicidios", sino que añadió: "Creo que no ha sido un acto de desesperación, sino un acto de guerra asimétrica librado contra nosotros". Lo que no se mencionó fueron los trapos metidos en la boca de los prisioneros, a pesar de que este conocimiento era generalizado en toda la prisión. Horton añade que cuando el coronel Mike Bumgarner, alcaide de Guantánamo, celebró una reunión a la mañana siguiente, "había circulado por Camp America la noticia de que tres prisioneros se habían suicidado tragándose trapos."

También afirma:

    Según entrevistas independientes con soldados que presenciaron el discurso, Bumgarner dijo a su audiencia que "todos ustedes saben" que tres prisioneros del Bloque Alfa del Campo 1 se suicidaron durante la noche tragando trapos, lo que les causó la muerte por asfixia ... Pero entonces Bumgarner dijo a los reunidos que los medios de comunicación informarían de algo diferente. Informarían de que los tres prisioneros se habían suicidado ahorcándose en sus celdas. Era importante, dijo, que los militares no hicieran ningún comentario o sugerencia que de alguna manera socavara el informe oficial. Recordó a los soldados y marineros que sus comunicaciones telefónicas y por correo electrónico estaban siendo vigiladas.

A pesar de estar "al tanto del mensaje", a Bumgarner se le escapó decir a dos periodistas visitantes de un periódico provincial estadounidense -los únicos que no fueron expulsados inmediatamente de la base- que cada uno de los hombres que habían muerto "tenía una bola de tela en la boca para ahogarse o para amortiguar la voz". Como castigo por salirse del guión, Bumgarner fue suspendido poco después y el FBI registró su despacho.

Igual de cínicos fueron los intentos de las autoridades de silenciar a los prisioneros y a sus abogados. El Servicio de Investigación Criminal Naval (NCIS), al que se asignó la investigación de las muertes, confiscó todos y cada uno de los papeles en posesión de los prisioneros y, unas semanas más tarde, "buscó una justificación a posteriori". Como explica Horton:

    El Departamento de Justicia -reforzado por las declaraciones juradas del almirante Harris y de Carol Kisthardt, la agente especial a cargo de la investigación del NCIS- afirmó ante el tribunal que la confiscación era apropiada porque había habido una conspiración entre los prisioneros para suicidarse. [El [Departamento de] Justicia alegó además que los investigadores habían encontrado notas de suicidio y argumentó que el material abogado-cliente se estaba utilizando para pasar comunicaciones entre los presos.

Ahora es evidente que las autoridades estaban desesperadas por asegurarse de que ninguna palabra de los acontecimientos del 9 de junio fuera revelada por los presos a sus abogados. Como explicó David Remes, abogado de 16 yemeníes, el efecto de la incautación "envió un mensaje inequívoco a los presos de que no podían esperar que sus comunicaciones con sus abogados permanecieran confidenciales", pero, como parte de su misión de culpar a los abogados de las muertes, las autoridades llegaron a afirmar que Clive Stafford Smith, director de la organización benéfica de acción legal Reprieve, había persuadido a otro preso, el residente británico Shaker Aamer, para que pidiera las muertes desde su celda. En declaraciones al programa Newsnight de la BBC en octubre de 2006, Zachary Katznelson, abogado de Reprieve, explicó que uno de sus clientes en Guantánamo le dijo en agosto de 2006 que los interrogadores intentaban culpar a Stafford Smith, afirmando que "fue idea de Clive, una ocurrencia de Clive, que la gente tenía que suicidarse para llamar la atención sobre la base y obligar luego al gobierno a cerrarla".

Como revela Horton, lejos de ser el autor intelectual de un triple suicidio, el propio Shaker Aamer fue golpeado duramente la noche de las muertes. Como he explicado en artículos anteriores, Aamer, un hombre elocuente y carismático, que defendía sin descanso los derechos de los presos, era considerado un líder dentro de Guantánamo tanto por los presos como por las autoridades penitenciarias. Detenido en régimen de aislamiento tras la supresión de un efímero Consejo de Presos, convocado en el verano de 2005, del que era secretario, fue, no obstante, golpeado duramente durante dos horas y media la noche del 9 de junio, aproximadamente a la misma hora en que los otros tres hombres se encontraban en el "Campo No".

Como también señala Horton:

    El Reino Unido ha presionado agresivamente para el regreso de súbditos británicos y personas de interés. Todos los individuos solicitados por los británicos han sido entregados, con una excepción: Shaker Aamer. Al denegar esta solicitud, las autoridades estadounidenses han aducido motivos de "seguridad" no explicados. No hay indicios de que los estadounidenses pretendan acusarle ante una comisión militar o un tribunal penal federal y, de hecho, no disponen de pruebas significativas que le vinculen a ningún delito. Es posible que a las autoridades estadounidenses les preocupe que Aamer, si queda en libertad, pueda aportar pruebas contra ellas en investigaciones penales. Estas pruebas incluirían lo que vivió el 9 de junio de 2006 ...


En los años que siguieron a las muertes de junio de 2006, todas las respuestas oficiales han sido un encubrimiento. El NCIS elaboró a regañadientes un informe en agosto de 2008, acompañado de una breve y poco esclarecedora declaración, de la que hablé aquí, y en diciembre de 2009 la Facultad de Derecho de Seton Hall elaboró un análisis devastador del defectuoso informe, que, como explica Scott Horton, "dejaba claro por qué el Pentágono no había querido hacer públicas sus conclusiones". La historia oficial de la muerte de los prisioneros estaba llena de contradicciones no reconocidas, y la pieza central del informe -una reconstrucción de los hechos- era sencillamente increíble."

En cuanto a los relatos del sargento Hickman y otros tres hombres (entre ellos el especialista Dávila), Horton explica que ofrecieron sus relatos voluntariamente y que no se les pidió que lo hicieran. El detonante fue Hickman, cuyo período de servicio terminó en marzo de 2007. Sin embargo, según describe Horton, "no podía olvidar lo que había visto en Guantánamo". Cuando Barack Obama se convirtió en presidente, Hickman decidió actuar. Pensé que con una nueva administración y nuevas ideas podría dar un paso adelante", dijo. 'Me estaba atormentando'".

El encubrimiento continúa

Hickman se dirigió a Mark Denbeaux, de Seton Hall, y a su hijo Josh (también abogado), y les contó su historia, seguido de los otros tres hombres. Sin embargo, aunque los Denbeaux se pusieron en contacto con el Departamento de Justicia y se reunieron en febrero del año pasado con Rita Glavin, jefa en funciones de la División Penal del Departamento de Justicia, John Morton, que pronto sería subsecretario del Departamento de Seguridad Nacional, y Steven Fagell, asesor del jefe de la División Penal, poco se consiguió. Después de escuchar toda la sórdida historia, los funcionarios agradecieron a los Denbeaux que "no hablaran primero con los periodistas y que 'lo hicieran de la manera correcta'" y, dos días después, Mark Denbeaux recibió la llamada de Teresa McHenry, jefa de la Sección de Seguridad Interior de la División Penal, quien le dijo que estaba iniciando una investigación y que quería reunirse directamente con Hickman.

Hickman se reunió con McHenry, y le dio los nombres y datos de contacto de testigos que corroboraban la información, pero entonces el rastro se enfrió. En abril, "una agente del FBI llamó para decir que no tenía la lista de contactos" y "preguntó si se le podía facilitar de nuevo este documento", y poco después, Steven Fagell y dos agentes del FBI entrevistaron a Dávila, que había dejado el Ejército, y le preguntaron si viajaría a Guantánamo para identificar la ubicación de varios lugares. "Parecía que estaban interesados", dijo Dávila a Horton. "Luego no volví a saber nada de ellos".

A finales de octubre, cuando Mark Denbeaux se disponía a desvelar el informe de Seton Hall, volvió a haber una breve comunicación con McHenry, pero el 2 de noviembre llamó para decir que se cerraba la investigación:

    "Fue una conversación extraña", recordó Denbeaux. McHenry explicó que "lo esencial de la información del sargento Hickman no podía confirmarse". Pero cuando Denbeaux le preguntó qué era lo esencial, McHenry se negó a responder. Se limitó a reiterar que las conclusiones de Hickman "parecían" carecer de fundamento. Denbeaux preguntó qué conclusiones exactamente carecían de fundamento. McHenry se negó a decirlo.

Horton señala correctamente que "el Departamento de Justicia tiene muchos secretos propios que proteger", porque "parece haber estado implicado en el encubrimiento desde los primeros días, cuando los agentes del FBI irrumpieron en los aposentos del coronel Bumgarner", lo que era "inusual". También explica que, cuando el Departamento de Justicia solicitó la aprobación judicial para la incautación por el NCIS de todas las cartas de los prisioneros:

    El juez del Tribunal de Distrito de EE.UU. James Robertson escuchó con simpatía al Departamento de Justicia y falló a su favor, pero también observó un aspecto curioso de la presentación del gobierno: sus "citas que apoyan el hecho de los suicidios" procedían todas de relatos de los medios de comunicación. ¿Por qué los abogados del Departamento de Justicia que defendieron el caso se esforzaron tanto por evitar hacer declaraciones bajo juramento sobre los suicidios? ¿Lo hicieron para engañar al tribunal? De ser así, podrían enfrentarse a un procedimiento disciplinario o a la inhabilitación.

Además, Horton señala el papel desempeñado por los abogados de la Oficina de Asesoría Jurídica del Departamento de Justicia, quienes, por supuesto, "habían estado profundamente implicados en el proceso de aprobación y establecimiento de las condiciones para el uso de técnicas de tortura, emitiendo una larga serie de memorandos [ampliamente conocidos como los 'memorandos de tortura'] que los agentes de la CIA y otros podían utilizar para defenderse de cualquier procesamiento penal posterior." Señalando con el dedo a Teresa McHenry, explica que "como ex fiscal de crímenes de guerra, McHenry sabe perfectamente que los funcionarios del gobierno que intentan encubrir crímenes perpetrados contra prisioneros en tiempo de guerra se enfrentan a un proceso judicial en virtud de la doctrina de la responsabilidad de mando", y cita al contralmirante John Hutson, ex juez defensor general de la Armada, que le dijo:

    Presentar informes falsos y hacer declaraciones falsas ya es malo, pero si se produce un homicidio y los oficiales de la cadena de mando intentan encubrirlo, se enfrenta a una grave responsabilidad penal. Incluso pueden ser considerados cómplices a posteriori del delito original.

En conclusión, Horton sugiere que todos los encargados de dar cuenta de lo ocurrido el 9 de junio de 2006 -el mando de la prisión, los organismos de investigación civiles y militares, el Departamento de Justicia y el fiscal general Eric Holder- "se enfrentan a la disyuntiva entre el imperio de la ley y la conveniencia del silencio político" y, hasta la fecha, han optado por lo segundo.


De paso, menciona que la muerte de otro preso en junio del año pasado -un yemení de 31 años llamado Muhammad Salih- también plantea preguntas inquietantes (como informó el ex preso Binyam Mohamed en un artículo de opinión para el Miami Herald), y a esto podría haber añadido que la muerte de otro saudita, Abdul Rahman al-Amri, el 30 de mayo de 2007, también sigue siendo sospechosa.

Les insto a que lean el informe completo, ya que este resumen ha sido poco más que una forma de intentar captar los puntos principales presentados en el artículo, que contiene información mucho más detallada e inquietante, incluida información estremecedora sobre la autopsia (e información sobre la tortura a la que claramente fueron sometidos los hombres), un conmovedor encuentro con el padre de Yasser al-Zahrani, el general Talal al-Zahrani, y una detallada reiteración de otros hechos importantes: que ninguno de los tres hombres asesinados en junio de 2006 tenía relación alguna con el terrorismo, y que a dos se les había autorizado la puesta en libertad, pero no se les había comunicado.

A pesar de haber estudiado Guantánamo a tiempo completo durante casi cuatro años, éste es uno de los relatos más escalofriantes de la prisión que he leído nunca, y que no sólo debería dar lugar a una investigación independiente, sino también a llamamientos para seguir adelante con el cierre de Guantánamo -y la repatriación del mayor número posible de prisioneros- sin más demora.

Scott Horton no plantea otra cuestión pertinente: si es factible que los tres hombres murieran como consecuencia de "interrogatorios mejorados" que fueron demasiado lejos, o si fueron asesinados deliberadamente. El pánico que cundió a la llegada de los cadáveres a la clínica aquel terrible día sugiere lo primero, pero, pensándolo bien, parece improbable que se produjeran tres muertes accidentales en tan corto espacio de tiempo. Mientras Guantánamo adquiere un nuevo nombre -el Campo de la Muerte-, estas dudas deben resolverse de un modo u otro. Ni el asesinato ni el homicidio involuntario son aceptables, por supuesto, pero tampoco lo es que continúe este vergonzoso encubrimiento.

Como el padre de Yasser al-Zahrani explicó a Horton:

    La verdad es lo que importa. Practicaron todas las formas de tortura con mi hijo y también con muchos otros. ¿Cuál fue el resultado? ¿Qué hechos encontraron? No encontraron nada. No aprendieron nada. No lograron nada.

La historia de Shaker Aamer ocupa un lugar destacado en el nuevo documental "Outside the Law: Stories from Guantánamo", codirigido por Polly Nash y por mí, y disponible en DVD aquí.


 

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